Día 41. Lunes 14/07/14 Cavagliá - Santhiá 11km.
Esta mañana decidí caminar a paso lento y desayunar la fruta que hallara en mi camino. Lo primero que me encontré fue una higuera con hermosos higos aunque no muy maduros aún, no había acabado con ellos cuando una zarza llena de moras negras y hermosas salió a mi paso. Poco después un ciruelo a pocos metros del camino llamó mi atención, sus ciruelas eran amarillas y de un tamaño mediano, pero entre él y yo se encontraba una acequia grande e infranqueable. Aun así pude alcanzar de una rama que sobresalía dos ciruelas bien maduras y dulces, que me dejaron con ganas de más y sin poder consolarme, como la fábula del zorro y las uvas, con aquello de:" bah, están verdes". Después seguí encontrando más moras y terminé cogiendo prestado de un huerto un tomate de color rojo intenso cuyo sabor a tomate de verdad me trasladó a los copiosos desayunos en el cortijo de Las Catifas, lugar donde pasé los veranos de mi juventud trabajando duro en el campo con mi familia. Y este recuerdo me llevó a la reflexión sobre la influencia que tuvieron aquellos intensos veranos en mi vida. Desde que tuve capacidad física y hasta los 19 años que salí de casa, todos los veranos los pasé trabajando en el campo. Recuerdo levantarme a diario a las 06.00h y no volver hasta bien entrada la tarde. Eso si, lucía un moreno envidiable y bromeaba con mis amigos sobre lo bien que me lo pasaba en "la playa de las catifas". No dormía mucho, ya que no renunciaba a salir un rato por las noches con los colegas y reconozco que más de una vez, la noche pasaba tan rápido que se unía de inmediato a la mañana. Mi padre nunca me prohibió salir hasta la hora que yo quisiese pero tampoco permitía una ausencia injustificada al cortijo. La palma de oro al mejor verano se lo llevó el del 1992 cuando, con 16 años y junto a mis amigos Yuse y Capu, decidimos abrir La Roca. Era un chiringuito de verano que compaginaba con mis obligaciones campestres y en el que nos lo pasamos genial, ganamos mucho dinero y no ahorramos un duro. Aprendí a valorar el esfuerzo, la honradez y la seriedad en el trabajo, y lo hice sencillamente mirando el ejemplo que me ofrecían mis padres, que parecían infatigables y nunca les vi rehusar de sus tareas. Pasé frío, calor, sueño y cansancio, tuve mil ampollas en las manos y pronto supe que las cosas no vienen por sí solas. Estas experiencias, junto con el hecho de pasar gran parte de mi adolescente tiempo rodeado de personas mayores y del campo, acentuaron un carácter ya de por sí sumiso, inhibido y voluntarioso. Me hice metódico, austero, responsable y me refugié en la seguridad de la constancia. Posteriormente, estos valores me ayudarían en mi vida personal y profesional, ya que no teniendo una gran capacidad de aprendizaje ni de memorización conseguí aprobar unas oposiciones y una carrera universitaria de las que me siento relativamente orgulloso. Reconozco que me hubiera gustado pasar unos veranos más acordes con mi edad y haber ido a la playa con mis amigos ( la primera vez que vi el mar tenia 20 años) o a campamentos y cosas de esas. Sin embargo, hoy en día estoy contento con quien soy y, en parte se lo debo a esos intensos veranos.
Madre mía, lo que ha dado de sí el dichoso tomate...
PD. Hoy me acordé de mi Lola al ver a estos salchichas desgañitándose a mi paso por su puerta.
martes, 15 de julio de 2014
Aquellos "maravillosos" veranos.
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Quiero que sepas que tu Lola me ha dicho que te diga que te echa mucho de menos, que no maneja muy acertadamente las nuevas tecnologías , pero que te transmita que su vida sin tí no es lo mismo, que la dueña es muy mala sustituta del dueño, que le debes muchos paseos por el barranco y que te quiere con locura.
ResponderEliminarSergi..tú lola es mas bonita y no te ladra...jijiji
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